lunes, 5 de junio de 2017

¿Identidad futbolística?

En el medio del fútbol, se suele dar por sentado que cada club tiene cierta identidad futbolística, una tradición histórica que debe ser respetada y que representa distintivamente a la institución en materia de fútbol. Una manera de jugar, un espíritu de juego. Puede tener aspectos tácticos, anímicos o técnicos. Pero ¿existe tal cosa? ¿Es chamuyo? ¿Un invento? ¿Una exageración? ¿Un mito?
Muchas veces tales tradiciones se sustentan en la memoria de algún (o algunos) equipo glorioso en la historia del club. Sin embargo, a lo largo de las décadas, cambian los dirigentes, los jugadores, los técnicos y los hinchas. La única forma de que una tradición futbolística se conserve es el riguroso control ciudadano, el reclamo popular. Además, debe haber una dirigencia y un DT que le den sentido a esa pertenencia a una tradición identitaria. No son muchos sin embargo los casos de clubes en el fútbol argentino que puedan ostentar una identidad histórica tan clara y vigente. Boca, River, Independiente, Estudiantes, Argentinos, son los ejemplos más emblemáticos, cada uno con su estilo particular.
En el resto de los clubes (o sea, la gran mayoría), la cuestión de la identidad se vuelve más amorfa y confusa. No hay elementos para definir una tendencia histórica constante, repetida a lo largo de generaciones como si se tratara de un rito sagrado. Los hinchas, sin embargo, en su espíritu más romántico asocian a su propio equipo con una identidad relacionada con el poder ofensivo, con el ataque, la búsqueda. Claro que la elección de una forma de jugar no tiene porqué, racionalmente, estar relacionada con una supuesta identidad del club al que representa un equipo, sobretodo en este tiempo de contratos efímeros y jugadores trotamundos. Los jugadores y técnicos son empleados circunstanciales de un club y su obligación es trabajar en pos de un objetivo, no hacer las veces de sacerdotes del culto.
¿La identidad futbolística existe? Si existe ¿tiene algún valor? ¿Es algo deseable? ¿O puede ser un lastre, una mochila pesada? Mientras tanto, propongo el ejercicio mental de pensar cuál sería la identidad de Atlanta, si la tuviera. Si nos tuviéramos que apoyar en los grandes equipos de Atlanta, más allá del "aislado" campañón de 1973, los mejores años bohemios en fútbol fueron entre el ascenso de 1956 y la primera parte de la década del '60. En ese período de enorme crecimiento institucional, Atlanta se coló varias veces entre los primeros puestos del campeonato, ganó la Copa Suecia y sacó de sus inferiores grandes estrellas. Lamentablemente, no hay manera de comprobar cuál era la idea de juego de los equipos de esa época brillante. ¿Qué era lo que lo distinguía de los demás? ¿Era más ofensivo? ¿Tenía mejores jugadores de ataque? Por lo pronto, podemos decir que en esa época el Bohemio fue el laboratorio de Osvaldo Zubeldía, un maestro innovador de cuya escuela nacieron las últimas tres finales mundiales disputadas por la Selección argentina. Y en ese equipo jugaba Carlos Timoteo Griguol, otro maestro del fútbol nacional. Zubeldía y Griguol realzaron la táctica, la rigurosidad y la estrategia como herramientas de los humildes para darles pelea a los más poderosos, a los que pueden sacar la billetera y hacerse de los mejores jugadores. Justamente ese Atlanta de los '60 irrumpió en un escenario dominado por los grandes.
Quizá, sólo quizá, si es que existe algo así como la identidad futbolística de un club, haya que empezar por ahí para saber de dónde venimos. Es sólo una idea.

ATLANTA 1 T.SUÁREZ 1

El empate con gusto a poco obtenido en el partido número 1000 en el León Kolbowsky fue una buena síntesis del ciclotímico e irregular andar de Atlanta en este campeonato. En el primer tiempo, el Bohemio fue un equipo gris, sin alma, sin ideas de juego. Débil en defensa, ofreció oportunidades a un visitante que jugó mejor y supo aprovechar para ponerse en ventaja. El equipo de Duró no llegó en toda la primera parte. Los delanteros no se conectaron con el juego, García y Peralta estuvieron en un muy bajo nivel. En el medio, Previtali volvió a brindar una pálida imagen y Seijas no logró hacerse dueño de la cancha. Sin mediocampo y sin inspiración ofensiva, díficil atacar con peligro. En el segundo tiempo, el técnico metió dos cambios de una, evidenciando que el equipo necesitaba cirugía mayor para intentar dar vuelta la historia. Se la jugó por dos rapiditos como Barría y Tolosa, mientras Suárez se dedicó a conservar la ventaja que había conseguido. La producción en la segunda parte fue mucho mejor, con una gran actuación del Rayo Barría que revitalizó al equipo y asistió a Dorregaray para marcar el empate. Mereció incluso la victoria.
En un torneo que tiene a Morón como virtual campeón, lo único que queda es luchar por el segundo ascenso en un Reducido que ya tiene a Atlanta muy cerca de la clasificación. El Bohemio tiene material para ascender pero necesita mejorar su funcionamiento, alcanzar la regularidad que nunca encontró en todo el campeonato. El equipo es una caja de sorpresas, capaz de poner de rodillas al más fuerte y caer ante el más débil. La cuestión parece pasar más por lo anímico e individual que por lo táctico, ya que han pasado los esquemas, jugadores en distintas posiciones, y no hay solución. Gómez puede salvar con sus atajadas como ser responsable de goles evitables. La defensa alterna partidos de firmeza con días de hot sale. En el medio, la ausencia de Rodríguez se siente mucho. García y Peralta son jugadores desequilibrantes, de jerarquía, pero muchas veces están apagados. Los delanteros no están enchufados con el gol.