El fútbol argentino se encuentra en un camino de tal destrucción que ya nada sorprende. Lo más bajo, lo más reprochable, lo menos deseable: todo puede pasar. A poco de comenzar lo que quizá sea el último de los grandes desastres perpetrados por la gestión de Grondona al frente de la AFA, este torneo de transición que dará lugar al nefasto megatorneo de 30 equipos, las abominaciones se suceden. Sería ingenuo pensar que todos los males se deben a un único malhechor poderoso, el supremo mandamás de la Asociación. En el guiso de la podredumbre de nuestro fútbol también se encuentran dirigentes, técnicos, jugadores e hinchas que son parte de esto.
Almirón renunció a su cargo en Godoy Cruz y se fue al otro día a Independiente. Los mendocinos no tuvieron mejor idea que responder a este robo de técnico robándoselo a otro club. Nos tocó nosotros y Carlos Mayor abandonó sorpresivamente el barco. Se había generado una importante ilusión porque había agarrado el equipo en un mal momento al final del campeonato pasado y lo había llevado a repuntar su juego y clasificar con grandes expectativas al Reducido. En la semifinal con Platense, perdió inmerecidamente por penales. Ahora quería su revancha y armó un nuevo plantel pensando en el ascenso. Eligió y trajo a sus jugadores, algunos de ellos conocidos en su paso por Almagro.
¿Y ahora? Atlanta debe asimilar el golpe e intentar conseguir un reemplazante. Pero ya corre con desventaja en relación a otros equipos. La actitud de Mayor es totalmente reprochable: decidió abandonar un proyecto en el peor momento para hacerlo. Sin moral, sin valores. Así se comportan también algunos técnicos. Son los mismos que después reclaman mayor continuidad laboral. A Carlos Mayor no podemos no desearle lo peor en su ciclo en Godoy Cruz. Si después de perder cuatro partidos deciden echarlo, se lo tendrá merecido. Porque en este fútbol argentino, la mierda se tapa con más mierda pero de otro color.
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