Increíble partido en Villa Crespo, con un final con tintes épicos. Fue una metáfora del tiempo: lo que era una tormenta oscura tornó repentinamente en un cielo iluminado. Atlanta logró una hazaña tremenda, de esas que al recordar partidos similares se cuentan con los dedos de una mano. El análisis del juego durante casi 90 minutos queda chico en un encuentro que estuvo marcado por los accidentes, por las fatalidades, por hechos concretos y puntuales que fueron determinantes. Estos momentos electrizantes le dieron forma a un intenso 4-3: un gran espectáculo para el hincha neutral, la gloria para los bohemios y la desazón para el Pincha. Estudiantes se estaba llevando demasiado premio de Villa Crespo, más allá de que en el segundo tiempo Atlanta estaba haciendo todo lo posible por perder el partido. Porque en la primera mitad el local fue más. Consiguió lo más difícil que es abrir el marcador, gracias al oportunismo nuevamente de su goleador Horacio Martínez, que ya estaba jugando lesionado por una fuerte entrada. Con la ventaja, el conjunto del Pepe Castro se asentó en el juego y apostó a filtrar pases largos entre los defensores visitantes, que jugaban adelantados y en línea. Así, parecía que estaba al caer el segundo gol que diera más tranquilidad. Sin embargo, el final del primer tiempo dejó un sabor amargo. Joao lo igualó en la última jugada, aunque el hábil 10 de Estudiantes se fue expulsado por una agresión luego del gol. Atlanta perdía su ventaja pero tenía todo un tiempo para jugar con uno más, y encima su rival se quedaba a su principal figura.
De todos modos, el desarrollo del segundo tiempo no fue el esperado. Martínez debió salir y Castro incluyó a Pedrozo más retrasado, pasando Mazzanti a la delantera. El ex Tigre sin embargo todavía no encontró su nivel ni su posición en el esquema 4-3-1-2. Atlanta no tenía fútbol, no lograba dominar a su rival pese a la diferencia numérica, y para colmo Estudiantes pasaba a ganar el partido gracias a un polémico penal cometido por Cherro. El tiempo transcurría y las respuestas futbolísticas no llegaban. Atlanta entregaba la imagen de un equipo desarmado, confundido, sin ideas. Los ingresos de Caneo y Milton Giménez no cambiaban la ecuación. En medio de la confusión, Estudiantes aprovechó una nueva desatención de Tecilla y puso el 3-1 que parecía condenatorio, a tres minutos del final. Increíblemente, el local lo perdía con un jugador más, dejando una imagen muy pobre. Pero quizá esta última afrenta hirió el orgullo bohemio, despertó algo que estaba dormido. Desató la furia de Atlanta, que a pura convicción y con un gran corazón hizo en un puñado de minutos todo lo que no había hecho antes. El poder de la mente. En los últimos cinco minutos de juego (incluyendo el descuento) llegó la seguidilla de tres goles que le permitieron al equipo del Pepe dar vuelta un partido increíble, de película. Con un Molina encendido en sus proyecciones que resultaron clave en los goles, y los delanteros Pedrozo, Colombini y Milton Giménez con toda la confianza para arremeter y llevarse por delante a un Estudiantes derrumbado. Un desenlace que sólo se puede explicar desde lo anímico. Y que merece el festejo apropiado, más allá de las irregularidades del equipo que deberán ser corregidas para pelear por el ascenso.
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