Infinita alegría inunda los corazones bohemios en estos momentos. Qué fiesta, qué emoción. La felicidad es incomensurable, indescriptible. Es una alegría que revive aquellos buenos viejos tiempos de nuestra institución, hace varias décadas. Ganarle a River, volver a las primeras planas, y que resuene bien fuerte el nombre de Atlanta. Es cierto, estamos peleando la permanencia en la segunda categoría palmo a palmo, pero estamos vivos cuando parecíamos muertos, y esta increíble victoria nos revive más que nunca. Así es el fútbol, que te permite pasar de la tragedia a la gloria y viceversa en un instante. Hasta hace unas horas, el Bohemio era un equipo con certificado de defunción, último en los promedios, sin hacer pie en la B Nacional, sin ningún triunfo en este 2012, en plena crisis futbolística. Enfrente estaba el colosal River, con su plantel literalmente millonario, con estrellas de la talla de Trezeguet, Cavenaghi y Ponzio, peleando el ascenso y con el antecedente del 7-1 categórico de la primera rueda. Aquella goleada fue una terrible humillación para el pueblo bohemio, una espina clavada que sólo podía quitarse con un triunfo así, que ahora pone de rodillas a las Gallinas. Los hinchas riverplatenses seguramente esperaban otra fiesta, otra fácil goleada frente a un equipo evidentemente inferior. Pero se fueron en silencio, sorprendidos, con la derrota a cuestas y con el glorioso himno bohemio sonando de fondo en los parlantes del Amalfitani. Aquel himno que rememora a un Atlanta grande, para el cual ganarle a River no era una costumbre pero sí algo de lo que uno no podía extrañarse.
Nadie daba un mango por Atlanta y había razones para hacerlo. Más allá del 7-1 en el Nuevo Gasómetro, el conjunto de Roldán no había podido ganar en el año, dejando pasar varias buenas oportunidades para hacerlo, y parecía ir camino al descenso. Pero este partido fue distinto a todo. El Bohemio jugó un partidazo: a fuerza de garra y corazón, con un planteo inteligente, compensó las obvias diferencias futbolísticas que existen entre ambos equipos. Atlanta salió a no regalar ni un centímetro. Ordenado tácticamente, prolijo, no se tiró atrás pero no dejó resquicios para el juego de las individualidades visitantes. A partir de esta solidez colectiva y de un gran sacrificio individual, Atlanta logró asentarse en el partido, y por momentos controlar la pelota y animarse a más. Diez minutos intensos fueron determinantes para el desarrollo: primero Lorefice abrió el marcador con un golazo desde afuera del área, luego Cavenaghi desvió por arriba del travesaño el inexistente penal que cobró Echenique, y finalmente Ramiro Funes Mori se fue expulsado con justicia por último recurso. Con un hombre menos, River se fue con todo a buscar el empate. Pero Atlanta mantuvo el orden, aprovechó la ventaja numérica y aguantó heroicamente la ventaja en el marcador para llevarse tres puntos dorados. De contragolpe pudo haber hecho algún gol más y haber ganado con mayor comodidad, pero también se le pudo haber escapado la derrota. Esta vez, la suerte estuvo de nuestro lado.
Así como estos jugadores protagonizaron aquella dolorosa y vergonzosa derrota en San Lorenzo, hoy fueron héroes y ganaron con todos los méritos. Lorefice no sólo convirtió el golazo del triunfo: fue un león en la mitad de cancha y demostró toda su categoría y experiencia. Tuvo además como socio al sorprendente juvenil Gabriel López, que mostró buen manejo de pelota, liderazgo y recuperación en un mediocampo bohemio gigantesco. Enorme fue la tarea de la dupla central, Milán-Cherro, sacando todo por arriba y por abajo. Los Sorianos se mataron arriba. Todos dejaron hasta la última gota de sudor, fueron inteligentes, dieron lo mejor, y consiguieron este triunfo tan importante. Parece que material hay, que con mente y corazón todo puede cambiar. Que había más de lo que parecía que había.
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