En el fútbol una de las virtudes más valoradas de un equipo es el equilibrio. Esta mágica condición permite obtener los frutos de la ofensiva y asegurar el arco propio de una manera ordenada, balanceada. El equilibrio parecería llevar al éxito, pero el gran problema es cómo llegar a ese equilibrio. Es la búsqueda de todo director técnico y signó el camino transitado por Javier Alonso desde su llegada al equipo en el año 2009. Como un alquimista, fue oscilando entre distintas fórmulas, recorriendo ámbitos muchas veces opuestos, con resultados dispares.
Este técnico joven, de perfil bajísimo, desconocido en el mundo futbolístico, llegó primero como interino tras la salida de Nigretti y se terminó quedando para toda la temporada y más. El Atlanta de Nigretti era un equipo al que le hacían pocos goles, pero sin poder de gol: del medio para arriba sólo estaba el Mágico González. Con Alonso el equipo tuvo más soltura, más frescura, y con una racha de cinco triunfos seguidos no sólo logró salir del pozo sino pelear por un lugar en el Reducido. Con Andrés Soriano como refuerzo para la segunda rueda, mejoró la jerarquía del plantel, y daba la sensación de que el equipo estaba para más, pero se quedó en la puerta en la última fecha. Alonso fue catalogado como técnico defensivo, cagón. Atlanta no se animó a pasar por arriba a sus rivales, ni siquiera en Villa Crespo, en partidos supuestamente accesibles.
Sin embargo, pese a no cumplir el objetivo de entrar al Reducido, con Alonso había habido una mejora futbolística considerable con respecto a la era Nigretti, y la dirigencia decidió afrontar la temporada 2010/11 con la continuidad de Javier en el banco, en una decisión en la que influyó también las limitaciones del presupuesto. Atlanta había conservado la base del plantel anterior -aunque ya no estaba el Mágico- y había traído otros refuerzos interesantes, más los juveniles de Lanús. Pero los primeros partidos mostraron nuevamente a un equipo irregular, tímido, por debajo de su potencial. Los más pesimistas pensaron que la decisión de renovarle a Alonso había sido muy mala, y que ése iba a ser otro año perdido.
Hasta que la historia se dio vuelta y el fútbol volvió a sonreírle a Atlanta. Se vio un equipo arrollador, de una jerarquía superior al resto de la categoría. Más allá de las individualidades en un alto nivel, el equipo funcionó en lo colectivo. El desenlace es conocido: campeón holgado y ascenso. En cuanto a esa búsqueda del equilibrio de la que hablaba al principio, Alonso se alejó de los cuidados defensivos e inclinó la balanza para el otro lado. Es que el Atlanta campeón no fue un Boca de Bianchi, sólido por todos lados, equilibrado en todas sus líneas. Al contrario, era un equipo que iba al frente siempre, atacaba en todas las canchas y en todo momento, sin importar el rival o el resultado momentáneo. La ecuación terminó saliendo más que positiva, gracias a los goles que se cansaron de gritar los Soriano, y gracias también a la buena labor defensiva de Llinás, Arancibia, Cherro y compañía. Claro que si bien esta estrategia funcionó bien la mayoría de las veces -por algo son los 86 puntos- también se dio golpes duros, como el 0-3 en Jáuregui o en Berisso. Por salir a ganar siempre, Atlanta perdió partidos que otros líderes hubieran empatado, pero también se llevó triunfos a montones. Vale mencionar que muchos de los más críticos a Alonso vieron peligrar el campeonato en esta actitud "golpe por golpe" que mostraba el equipo en todos los partidos, sin medir el rival.
Finalmente, la llegada a la B Nacional planteó un nuevo interrogante: ¿Atlanta saldría a jugar de la misma manera que en la Primera B o habría un giro hacia una postura más conservadora? El amistoso ante Racing y el debut ante Aldosivi parecieron confirmar la primera opción: Atlanta no resignaría su forma de jugar pese a estar en una categoría superior. Sin embargo, los problemas defensivos encendieron una luz de alarma. Alonso decidió entonces resguardarse un poco más, buscando ahora inclinar la balanza en forma opuesta. El resultado: tres empates 0-0 en cuatro partidos. Así, en este juego del ying-yang, logró en parte restablecer el equilibrio defensivo, pero a costa de poderío ofensivo. Sin gol, no hay triunfos. Sin triunfos, no hay permanencia.
El interrogante entonces sigue planteado. Alonso deberá encontrar ese utópico equilibrio en un momento en que el triunfo se hace urgente. Arriesgar puede implicar una derrota, pero cuidarse puede implicar seguir penando empates. Sabe que se juega su futuro.
Este técnico joven, de perfil bajísimo, desconocido en el mundo futbolístico, llegó primero como interino tras la salida de Nigretti y se terminó quedando para toda la temporada y más. El Atlanta de Nigretti era un equipo al que le hacían pocos goles, pero sin poder de gol: del medio para arriba sólo estaba el Mágico González. Con Alonso el equipo tuvo más soltura, más frescura, y con una racha de cinco triunfos seguidos no sólo logró salir del pozo sino pelear por un lugar en el Reducido. Con Andrés Soriano como refuerzo para la segunda rueda, mejoró la jerarquía del plantel, y daba la sensación de que el equipo estaba para más, pero se quedó en la puerta en la última fecha. Alonso fue catalogado como técnico defensivo, cagón. Atlanta no se animó a pasar por arriba a sus rivales, ni siquiera en Villa Crespo, en partidos supuestamente accesibles.
Sin embargo, pese a no cumplir el objetivo de entrar al Reducido, con Alonso había habido una mejora futbolística considerable con respecto a la era Nigretti, y la dirigencia decidió afrontar la temporada 2010/11 con la continuidad de Javier en el banco, en una decisión en la que influyó también las limitaciones del presupuesto. Atlanta había conservado la base del plantel anterior -aunque ya no estaba el Mágico- y había traído otros refuerzos interesantes, más los juveniles de Lanús. Pero los primeros partidos mostraron nuevamente a un equipo irregular, tímido, por debajo de su potencial. Los más pesimistas pensaron que la decisión de renovarle a Alonso había sido muy mala, y que ése iba a ser otro año perdido.
Hasta que la historia se dio vuelta y el fútbol volvió a sonreírle a Atlanta. Se vio un equipo arrollador, de una jerarquía superior al resto de la categoría. Más allá de las individualidades en un alto nivel, el equipo funcionó en lo colectivo. El desenlace es conocido: campeón holgado y ascenso. En cuanto a esa búsqueda del equilibrio de la que hablaba al principio, Alonso se alejó de los cuidados defensivos e inclinó la balanza para el otro lado. Es que el Atlanta campeón no fue un Boca de Bianchi, sólido por todos lados, equilibrado en todas sus líneas. Al contrario, era un equipo que iba al frente siempre, atacaba en todas las canchas y en todo momento, sin importar el rival o el resultado momentáneo. La ecuación terminó saliendo más que positiva, gracias a los goles que se cansaron de gritar los Soriano, y gracias también a la buena labor defensiva de Llinás, Arancibia, Cherro y compañía. Claro que si bien esta estrategia funcionó bien la mayoría de las veces -por algo son los 86 puntos- también se dio golpes duros, como el 0-3 en Jáuregui o en Berisso. Por salir a ganar siempre, Atlanta perdió partidos que otros líderes hubieran empatado, pero también se llevó triunfos a montones. Vale mencionar que muchos de los más críticos a Alonso vieron peligrar el campeonato en esta actitud "golpe por golpe" que mostraba el equipo en todos los partidos, sin medir el rival.
Finalmente, la llegada a la B Nacional planteó un nuevo interrogante: ¿Atlanta saldría a jugar de la misma manera que en la Primera B o habría un giro hacia una postura más conservadora? El amistoso ante Racing y el debut ante Aldosivi parecieron confirmar la primera opción: Atlanta no resignaría su forma de jugar pese a estar en una categoría superior. Sin embargo, los problemas defensivos encendieron una luz de alarma. Alonso decidió entonces resguardarse un poco más, buscando ahora inclinar la balanza en forma opuesta. El resultado: tres empates 0-0 en cuatro partidos. Así, en este juego del ying-yang, logró en parte restablecer el equilibrio defensivo, pero a costa de poderío ofensivo. Sin gol, no hay triunfos. Sin triunfos, no hay permanencia.
El interrogante entonces sigue planteado. Alonso deberá encontrar ese utópico equilibrio en un momento en que el triunfo se hace urgente. Arriesgar puede implicar una derrota, pero cuidarse puede implicar seguir penando empates. Sabe que se juega su futuro.
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