El reciente ascenso a la B Nacional nos cambió la vida a los hinchas bohemios. Para la mayoría de nosotros, es la oportunidad de volver a ver a nuestro querido club enfrentando a grandes rivales, y más cerca de la categoría a la cual históricamente pertenecemos. Pero para algunos, es también la oportunidad de un nuevo negocio, ya que se mueve más dinero. Se ha roto la relativa calma que gozaba el club en los últimos años y volvió la disputa por el espacio de poder y el dinero que están en juego. El mismo problema es el que tienen muchos clubes del país: internas duras, con tiroteos, peleas, e incluso muertos. Un adelanto de lo que se puede venir -esperemos que no- es lo que sucedió en el partido ante Quilmes, cuando una interna de la barra de Atlanta terminó a los tiros en medio de la calle. Distintos sucesos vergonzosos ocurrieron en estos meses, protagonizados por este grupo privilegiado e intocable: visitas al plantel, aprietes a dirigentes por viajes e indumentaria, robos de utilería.
El perjuicio al club es enorme, y en distintos planos. Desde ya, los viajes al Interior representan un alto costo financiero para una institución con pocos recursos. Para colmo, no pagan entrada ni de local ni de visitante, lo cual supone un costo adicional. En definitiva, este grupo parasitario vive a expensas del club. No sólo eso: con sus actos de violencia alejan a futuros espectadores -de esos que pagan entrada- y ponen en riesgo la habilitación de un estadio que costó tanto esfuerzo construir y habilitar. Dadas estas razones, la inutilidad de la existencia de este grupo parecería inobjetable, sin embargo, la justificación por parte de sus apologistas es sencillamente hilarante. De alguna manera, ellos creen merecer este trato diferencial y todas estas comodidades en retribución a sus labores, que incluyen: aliento, cánticos, bombos, redoblantes, banderas. Son los encargados de armar "la fiesta" y animarla, en cada uno de los partidos que juegue Atlanta. También, al parecer, son los responsables de defender a los hinchas "comunes" de los ataques de violentos de otros clubes.
Quizá al hincha que ama al fútbol le cueste entender cómo es eso de llegar a un partido media hora tarde, pasarse el resto del encuentro mirando hacia la tribuna y desplegar una bandera gigante que tapa la visión en los últimos minutos de juego. Pero ese prototipo de hincha, el que arma "la fiesta", es el que sale en primer plano en todas las fotos y en la televisión. Y todos nosotros consumimos eso. Si ellos son los protagonistas es porque es culpa de todos, no solamente de los dirigentes que apañan y financian sus actividades. Nosotros también somos responsables si seguimos creyendo que ellos son necesarios para que exista la fiesta del fútbol. Por eso debo decir que me choca cómo se reproducen por redes sociales y páginas partidarias distintas fotos y videos de ataques a hinchas de River, la entrada de la barra a alguna cancha o cualquier otra manifestación en la cual se los presenta a ellos como héroes, glorificados por una intervención que a Atlanta le cuesta demasiado.
El espectáculo futbolístico no debe ser el teatro de algunas ligas europeas. El folclore del fútbol argentino es una perla entrañable. Pero si a costa de ese folclore se justifica el racismo, se pierden vidas, alejan a la gente de las canchas y llevan a los clubes al derrumbe económico, está claro que tiene sentido sacrificar parte de ese folclore para obtener un espectáculo más sano y viable.
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