domingo, 15 de mayo de 2016

La trampa

Atlanta entró de lleno en la lucha por el campeonato, y lamentablemente se empiezan a leer y oír reclamos desde algunos hinchas hacia la dirigencia para comprar árbitros, jueces de línea y/o equipos rivales en las cuatro fechas que quedan. Así, lisa y llanamente. Sin pelos en la lengua, sin vergüenza.
Está claro que esto ya no se trata de discutir si tiene que jugar o no Rodríguez, o de juzgar la capacidad de negociación dirigencial en el caso del microestadio. El pedido en este caso implica una acción no sólo ilegal -que quizá sería lo de menos- sino totalmente inmoral. Los hinchas de Atlanta (y del fútbol) podemos guiar nuestras vidas por los más variados principios religiosos, políticos o ideológicos, pero debemos concordar al menos en resguardar lo más sagrado: el fútbol en su estado más puro y primitivo. Podrá estar contaminado (como toda actividad humana) de las peores miserias, de las garras del capitalismo, de la violencia, de las mafias políticas. Pero no podemos abandonar la idea primordial y es que se trata de un juego, en el que el ganador y el perdedor se definen en una cancha. Esto no quiere decir que nos dé lo mismo perder y ganar. Podemos sufrir y vivir el fútbol con pasión, podemos ir a las canchas más remotas para ver a nuestro equipo, o estar deprimido una semana por un resultado. Hasta podríamos suicidarnos por una derrota, y sería poético, por lo menos. Podemos discutir incluso qué se puede hacer para ganar, si está bien colgarse del travesaño o hasta hacer tiempo con algunas picardías. Pero nunca deberíamos superar ese límite que es pagar directamente para lograr un objetivo, sin jugar. ¿Si no, para qué vemos fútbol? ¿Por qué nos gusta? ¿Por qué nos apasionamos? 
En este punto, las reacciones de los hinchas son diversas. Quizá el más puro y estricto pueda elegir alejarse completamente del fútbol para no contaminarse. Creo que este tipo de hincha no existe. En cierto momento, ya no es posible abandonarlo. Por ello, para una buena mayoría de los hinchas que rechaza moralmente este tipo de arreglos, todo esto se convierte en una especie de tabú. Sabe que existen los partidos o arbitrajes arreglados pero elige esconderlo y vivir en una pretendida ignorancia, en una incómoda hipocresía. La idea de comprar un campeonato no lo hace feliz. Lo atormenta, lo incomoda. Pero festejará igual, y creerá (elegirá creer) que las sospechas son rumores. Este tipo de hincha representa la reserva moral de la nación futbolera. Su contraparte representa en cambio lo deleznable, lo abominable, el tumor que debe ser extirpado. Es el hincha que acepta la compra-venta de partidos como si se tratara de cualquier otro bien. No ve ningún tipo de problema moral en ello. Para ellos, el camino al éxito requiere de varios pasos. Sobornar árbitros es tan natural y necesario como elegir un buen plantel, pagar los sueldos o mantener el césped del estadio en buen estado. Me cuesta entender que este tipo de hincha pueda disfrutar el fútbol de la misma manera que yo? ¿Se emocionará también con una apilada de Messi? Cómo funciona la mente de esta gente me resulta un misterio. Pero aún hay más. Porque dentro de este grupo hay un subgrupo de hinchas que conforman el núcleo duro del tumor, cuya malignidad haría sonrojar al mismo Satán. Existen hinchas que no solamente piden comprar árbitros, sino que se regodean y disfrutan esta vía hacia el éxito aun más que por los medios convencionales. Son psicópatas que se sienten orgullosos de estas acciones. Lo viven como el éxito del más vivo en un mundo en donde todo se puede comprar, y a ellos les encanta eso, que todo se pueda comprar, que todo tenga un precio. Son los que -salvando las diferencias- se emocionan más con la mano de Dios que con el otro gol, el que todos podemos ver una y otra vez sin cansarnos. Son la lacra del fútbol, y de la sociedad. 

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