Atlanta cerró otra temporada muy similar a las anteriores, con un fuerte gusto a frustración. La eliminación en la primera instancia del Reducido, teniendo todo a favor jugando como local, se ha vuelto ya una mala costumbre. La campaña fue mala. Un cuarto puesto en la tabla y una eliminación prematura en el Octogonal son muy poco para un club que tiene como objetivo el ascenso y que al menos debería estar en la pelea grande.
El Bohemio empezó la temporada 2017/18 con un cambio de timón y muchos nombres nuevos. Se fueron varios de los jugadores de jerarquía que conformaban el plantel anterior, la dirigencia echó a Guillermo Duró y contrató a Francisco Berscé. El ex arquero venía con más antecedentes en Juveniles que en Primera y se anunció el comienzo de un proyecto futbolístico, con varios jugadores muy jóvenes y a los que se les hizo un contrato de 2 años, con la idea de apostar a un mediano plazo. Era una apuesta arriesgada ya que Berscé no tenía experiencia en la categoría y porque la juventud puede dar resultados imprevisibles. Además, la paciencia no iba a ser mayor: el objetivo no podía no ser el ascenso. Ante este panorama se podía esperar una larga adaptación. Sin embargo, el inicio fue auspicioso. En los primeros partidos se vio lo mejor de Atlanta en este campeonato. El DT había logrado imponer un estilo de juego a sus dirigidos, pregonando la salida limpia por abajo y una presión constante. El equipo de Berscé jugó algunos muy buenos partidos, con un juego dinámico, veloz, lucido, que entusiasmó a los hinchas. La mejor expresión se vio en Santa Fe, cuando Atlanta le dio una lección de fútbol a Belgrano, por la Copa Argentina. Más allá de la eliminación lógica ante River por la Copa, era el momento de afirmarse en el campeonato y agarrar la punta, algo que parecía lógico por rendimiento. Sin embargo, pronto (muy pronto y muy repentinamente) el castillo de naipes se derrumbó. El fútbol de alto vuelo se esfumó completamente y los resultados fueron catastróficos. Cinco derrotas seguidas hundieron a Atlanta en la tabla. Logró recuperarse en cuanto a resultados para clasificar cómodamente al Reducido, pero nunca logró acercarse a la lucha por el título. Berscé entró en una total confusión de la cual nunca pudo salir. Nunca supo cómo devolverle al equipo su poder de juego. Hizo cambios tácticos y de nombres. De todos los colores. Algunos sorpresivos, extraños. Estuvo en la cuerda floja pero zafó. La mayoría de los rendimientos individuales decayó rotundamente. Los que se habían agrandado ante los más grandes, ahora parecían chiquitos frente a los más chicos. El rendimiento colectivo pasó a ser un fantasma de lo que supo ser. La mayor parte del torneo se vio un Atlanta tibio, sin ideas, frágil, débil. Para colmo, sobre el final pesaron las ausencias en la defensa, el sector más vulnerable del equipo en todo el campeonato. Seguramente sea el fin de ciclo para un técnico que no le encontró la vuelta, que no tuvo respuestas. Pero deja un plantel con jugadores jóvenes, varios prometedores y algunos del club, que si son administrados correctamente pueden conformar un mejor equipo pensando en la siguiente temporada.
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