
Sin la intención de llorar o ponerse en situación de víctimas, vale decir que a los clubes de la Ciudad de Buenos Aires las cosas se les suelen hacer cuesta arriba en muchos aspectos. En una ciudad de 3 millones de habitantes que solamente consta de un gobierno central (los CGPs recién empiezan a asomar), con barrios de cientos miles de habitantes que no tienen un gobernante propio, no se da lógicamente la misma interacción entre clubes y gobernantes que ocurre en el Conurbano y en el Interior. Atlanta se las arregla solito luchando contra todo, y nadie le regala nada. Seguramente esté bien que así sea. Todos podemos recordar todos los inconvenientes que hemos tenido con la Policía y con la habilitación del estadio: hubiera sido menos problemático tramitar la ciudadanía estadounidense de Bin Laden. Nos alejamos 20, 200 ó 2000 kilómetros, y la situación es distinta. Gobiernos provinciales y municipales facilitan el desarrollo de los clubes: prestan estadios, pagan operativos policiales, y hasta a veces otorgan recursos económicos.
Los clubes de la Capital tienen que competir contra todo eso para meterse en la pelea y discutirle a equipos del Interior que son fuertes y que tienen mucha espalda detrás. Aquí está por fin el viejo sueño del fútbol federal en la Argentina.
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