El reciente episodio acontecido la semana pasada con respecto a la arbitraria y ridícula inhabilitación de la tribuna visitante del José María Minella saca a la luz algunas verdades que pintan la realidad de la mayoría de los equipos del Interior y de incluso algunos equipos del Conurbano bonearense. En este momento en que desde distintos puntos de la Argentina se reclama por una mayor federalización del fútbol, lo que supondría establecer de una vez por todas la total igualdad entre los clubes metropolitanos y los del Interior, no nos podemos olvidar de que hoy, en muchos aspectos, estos últimos cuentan con ciertas ventajas que los primeros no, generando una situación de injusticia, más allá de que todo parezca estar dentro de las reglas de juego.
Sin la intención de llorar o ponerse en situación de víctimas, vale decir que a los clubes de la Ciudad de Buenos Aires las cosas se les suelen hacer cuesta arriba en muchos aspectos. En una ciudad de 3 millones de habitantes que solamente consta de un gobierno central (los CGPs recién empiezan a asomar), con barrios de cientos miles de habitantes que no tienen un gobernante propio, no se da lógicamente la misma interacción entre clubes y gobernantes que ocurre en el Conurbano y en el Interior. Atlanta se las arregla solito luchando contra todo, y nadie le regala nada. Seguramente esté bien que así sea. Todos podemos recordar todos los inconvenientes que hemos tenido con la Policía y con la habilitación del estadio: hubiera sido menos problemático tramitar la ciudadanía estadounidense de Bin Laden. Nos alejamos 20, 200 ó 2000 kilómetros, y la situación es distinta. Gobiernos provinciales y municipales facilitan el desarrollo de los clubes: prestan estadios, pagan operativos policiales, y hasta a veces otorgan recursos económicos.
Los clubes de la Capital tienen que competir contra todo eso para meterse en la pelea y discutirle a equipos del Interior que son fuertes y que tienen mucha espalda detrás. Aquí está por fin el viejo sueño del fútbol federal en la Argentina.
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