Hace seis años el público visitante desapareció de las canchas de Ascenso y ya nos hemos acostumbrado a ello. La violencia generalizada protagonizada por las parasitarias barrabravas, los elevados costos de los operativos, los problemas en los traslados de las hinchadas visitantes, la necesidad de una infraestructura cada vez más exigente para recibir no muchas visitas. Todos estos factores contribuyeron a que la dirigencia del fútbol argentino decidiera prohibir el ingreso de los visitantes y sacarse el problema de encima.
Evidentemente esta medida logró evitar los choques entre las hinchadas durante los partidos, pero no impidió que aumentaran en número los casos de feroces luchas internas en las barras, peleas con la policía y otros incidentes, como subirse al alambrado para parar un partido o, mejor dicho, como método de extorsión. Es que la voracidad destructiva de la mafia no encuentra límites y, como un liquido, se adapta a la forma del recipiente y descarga su furia barbárica por la vía de escape que encuentre.
Todos sabemos que, si bien el público visitante está prohibido, muchos hinchas siguen a su equipo a todas las canchas, ya sea de incógnito o como prensa partidaria. De Atlanta pueden verse varias decenas, incluso cientos, dependiendo del partido y de la cancha. Es cierto que en estos años de prohibición en general han habido episodios de violencia, en su mayoría incidentes que no han pasado a mayores (con excepción de la emboscada en San Martín, por ejemplo). Sin embargo, hay que destacar el hecho de que en muchísimas canchas hinchas locales y visitantes conviven armoniosamente en una platea. Es decir, uno como hincha de Atlanta puede ir tranquilamente a la platea de otro equipo, ser seguramente reconocido como ajeno (cuanto más chico el club, más se conocen todos entre sí) y sin embargo no es víctima de un ataque ni nada por el estilo. Y eso que a veces los partidos se ponen calientes, los hinchas se ponen nerviosos y comienzan los insultos, hacia los jugadores bohemios, a las cabinas de prensa, contra los judíos, etc.
Al fin y al cabo, los hinchas de los otros equipos sufren lo mismo que nosotros. Cuando a uno le toca ser local, al otro, visitante. Deberíamos estar hermanados en esta cruzada, reclamando por una medida injusta que nos sacó un condimiento muy lindo del fútbol. Ojalá podamos demostrar algún día que podemos convivir en paz, sin perder el tradicional folclore del fútbol argentino. Y que el problema está solamente en las decenas de mafiosos que chupan la sangre de este deporte y tienen a la violencia como medio para otros fines.
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