domingo, 5 de junio de 2016

Una práctica fascista

Desnudar, humillar y golpear entre decenas de personas a un joven menor de edad puede ser tildado por algunos como un acto de cobardía. Seguramente lo sea, aunque la calificación de cobarde esconde también la legitimación de cierto código implícito de la administración de la violencia, validando por ejemplo la pelea en "igualdad de condiciones" como un modo natural de dirimir los conflictos en la sociedad. En el fútbol, este código se enmarcó históricamente en "la cultura del aguante", que tuvo su apogeo a partir de los años '80 y que perdió vías de expresión con las recientes medidas de prohibición. Ahora bien, ¿en qué cultura se enmarca este acto cruel, salvaje, que presenciamos en el estadio de Platense? La imagen era brutal. Decenas de hinchas locales descargando su ira contra algún hincha infiltrado que habrá cometido el ingenuo pecado de deschavarse. Nada justifica lo que ocurrió después. La golpiza y la humillación fueron tan lamentables como los gritos de aliento hacia los agresores que partían desde la misma platea, desde el mismísimo sector de prensa. 
Lo que se vio fue un acto plenamente fascista, digno de la Alemania nazi o de las fuerzas represivas del Estado durante la última dictadura argentina. El goce en la tortura. El deseo de la aniquilación de una minoría indefensa por parte de un colectivo que intenta justificar su propia conducta mediante la culpabilización. El chivo expiatorio. Lo más enfermo y aberrante del género humano. 

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