Luego de años de tranquilidad -seguramente consolidados por acuerdos poco felices con la gestión oficial- la barra volvió a irrumpir en escena, en un episodio vergonzoso, tristísimo, que trascendió el mundo Atlanta y fue noticia en los principales medios argentinos. A cuatro meses de las elecciones, es imposible no creer que el hecho tiene un matiz político. Esto no quiere decir necesariamente que a los muchachos los hayan mandado oficialistas u opositores para debilitar a sus rivales partidarios (estas prácticas suelen ocurrir en los clubes, pero parecen en este caso opciones muy burdas para ser ciertas). Es político porque la barra, si bien no se presenta como agrupación, también juega en las elecciones del club. Porque, ante un eventual cambio de mando, quisieron demostrar su fuerza y su influencia. La dirigencia que arranque su mandato deberá lidiar con ellos. En agosto los socios votarán quiénes conducirán en teoría los destinos del club, pero la barra seguirá estando. Ese quiste canceroso, esa mafia parásita que mediante el uso de la violencia y la gracia de la impunidad judicial ostenta con comodidad el poder real.
La única forma de combatir esta enfermedad es no dejar sola a la dirigencia, sea ésta o sea la que viene después. Los socios deben afrontar la lucha con responsabilidad y compromiso, sin caer en las trampas de la cultura del aguante que funciona como escudo protector de los violentos.
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