LA FIESTA INOLVIDABLE
Atlanta está poniendo a prueba mi paciencia, mi fiel escudero, como pocas veces ha acontecido a lo largo de nuestra gloriosa historia. ¡Otro cero a cero y ahora ante nuestros hijos dilectos a los que solemos ganarle con solo poner once maniquíes con la camiseta amarilla y azul! ¡Y encima venían devaluados, con un equipejo que está peleando por debajo de la tabla, más a menos en nuestra línea de flotación!
Era una oportunidad óptima para dar vuelta esta página tan pobre por su aridez en los resultados y de estrenar de una vez por todas, en el presente torneo, las redes flamantes e intactas que se extienden detrás de los arcos del León Kolbowski.
En la fecha anterior la escuadra bohemiera, con la inclusión de algunos “alonsitos”, había dado algunas muestras de mejoría en su salud futbolera, aunque sin alcanzar por ello una actuación demasiado meritoria.
Era de esperar, entonces, que esos síntomas de la levantada insinuada, exhibieran un mayor grado de evolución ante el gallo bataraz y en condición de anfitrión. Pero, una cosa es ir a cuidar el empate de visitante y otra muy distinta tener la obligación de luchar con denuedo por los tres puntos y delante de tu gente, por muy escasa que ella fuera, en la disparatada deshora de este martes, en función vermouth.
El entrenador villacrespense repitió los mismos once que ante Acassuso, que –para aquellos que no siguen con fruición y religiosidad estos comentarios- fueron: Don Rodrigo; Nico Cherro, el salteño Arancibia y Segovia; el petizo Lolli, Catalán, el rutilante Rutili y el torito Guzmán; el Mágico González de enganchador y Pinocho Marecos con el novel Sosa como pareja de ataque.
Lo novedoso consistió en un Marecos más atrasado, alineándose como un volante más y Guzmán delante de Lolli, casi de delantero por afuera, - en antaño se le decía wing- sobre la derecha del inocuo ataque atlantístico.
Como un libreto mal escrito, el argumento vuelve a repetirse con inexorable puntualidad fecha tras fecha. Y este guión marca que Atlanta empieza mejor, domina y se acerca a los ociosos arqueros locales sin inquietarlos demasiado. Esas aproximaciones despiertan en nuestros entusiasmos esas esperanzas que suelen crear las sonrisas de bellas damicelas que a la postre, se nos harán inalcanzables.
Y ese dominio se tornará estéril, previsible y a lo largo de los noventa minutos, se convertirá en la más pura y dolorosa impotencia.
Era una nueva remake de una película tantas veces vista por todos como La Fiesta Inolvidable, aquella risueña comedia con Peter Seller, repetida hasta el cansancio en cines, TV y video.
El Bohemio no pasaba mayores sobresaltos en la defensiva, donde lo más flojo era Cherro con sus proverbiales inconvenientes de manejo. En el medio se destacaba el encomiable espíritu de lucha de Lolli, aunque en el punto central Rutili no estaba tan rutilante y Catalán aparecía lento e impreciso. El Mágico hacía girar el equipo en torno a él, acertando en el juego corto pero equivocándose como lanzador. El atrevimiento de Guzmán era lo mejor en la vanguardia, donde Sosa se asimilaba ingenuamente a la marca albirroja.
Solamente se llegaba con disparos experimentales desde afuera del área, centros para que se retrate el arquero rival y algún entrevero del que nunca se saca partido en el reducto ajeno.
Precisamente en una de esas confusas incursiones al área de los provincianos, el novel Sosa es burdamente detenido por un bestiún moronero y el árbitro que cobra penalty a favor.
Pero darle un penal a Atlanta y repartir margaritas en un chiquero, es a estas alturas, más o menos lo mismo. A falta de L. Martínez, el encargado de errarlo fue Miguel González que se lo entregó tiernamente a las manos del guardameta Migliardi.
Golpe en la mandíbula para el team dueño de casa, que comienza a decaer en sus ímpetus y permite el agrandamiento de un rival que poco y nada ofrecía.
Mas, sí Atlanta tiene hambre, los de Morón tiene una ganas de comer bárbara, y en medio de esa mediocridad termina el primer tiempo, los técnicos hablan al divino botón en los vestidores y empieza la el período ulterior.
Y más de lo mismo, con los de Alonso dando la vuelta del perro por la zona media y los de Stagliano temerosamente refugiado y amontonando gente en el perímetro de su área.
Sobre la media hora final el Mágico desaparece, Guzmán está exhausto, el medio campo se torna impreciso y en el fondo comienza a florecer algunas grietas y todos terminamos sufriendo y encomendándonos a la Virgen Santísima.
Menos mal, dentro de todo, que como con Comunicaciones o San Carlos, esta vez no hubo que lamentar una derrota sobre el final.
Los ingresos de Rolón, Martino y Galeano dieron una cuota de movilidad, en lo que pareció el espejismo de una arremetida final.
Solo una ilusión pasajera, que no cambió el rumbo de un nuevo 0 a 0.
Y así terminó la función, como La Fiesta Inolvidable, un film que todos hemos visto, pero en este caso, mucho menos divertido.
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