EL MUNRO DE LOS LAMENTOS.
¡Se nos acabó esta dulce primavera antes de que empiece el verano, mi fiel escudero! La increíble seguidilla de cinco victorias consecutivas, que nos sacaron a flote cuando estábamos con el agua al cuello, se terminó abruptamente este sábado en el minúsculo estadio de los colegiales multicolores.
Pero no hay que rasgarse las vestiduras ni llorar como una mujer por esta derrota, que no puede juzgarse como sorpresiva y que además fue pletórica de justicia.
Porque los ex Libertarios del Norte han hecho de su cancha un reducto prácticamente inexpugnable, donde se manejan entre las líneas de cal como el pez dentro de un estanque, donde te aprietan sin miramientos y con players que la tocan con donaire y salero.
Sin embargo, aún siendo dominado, por momentos descaradamente por los munrenses, Atlanta –hasta no hace mucho menos peligroso que una bala de cebita- logró crear seis situaciones claras de gol, que entre que Guzmán no la mete ni con la mano, el golero colegiado andaba iluminado y los postes, impidieron que el final del partido no tuviera un poquito más de suspenso y misterio acerca de su resultado final.
Los atlantes salieron de su ciudad con la idea fija de no retornar perdedores y el Alonsito elucubró entonces un sistema tan conservador como el Papa Benedicto XVI.
En penitencia el huevón de Quiroga, se trataba de buscarle un reemplazante en un plantel donde no hay mucha manteca para tirar a los cielos. Así, colocó delante de Don Rodrigo Llinás los cuatro defensores que le venían respondiendo satisfactoriamente: Carlos Izquierdoz (su peor partido en Atlanta) Nico Cherro, el salteño Arancibia y el eficaz Segovia. En seguida otros cuatro soldados, con Lolli por la derecha, el rutilante Rutili y el rusito Mociulski en el medio y, un poco más desprendido por izquierda, el torito Guzmán.
De volante táctico el Mágico González y Walter Cubilla solo contra todo el colegio.
El elenco bohemio más que un equipo de fútbol parecía un piquete, con la sola misión de evitar el paso de los jugadores de vistosa camiseta.
Desde el primer momento se evidenció que los de Malaver y Posadas la saben lunga y que tenían muchos anhelos de ganar el partido. Y, además tenían con qué.
Entre los porteños por su parte, fracasaban estrepitosamente hombres claves en la zaga como Izquierdoz, Segovia y Cherro. Solo Arancibia se salvaba del naufragio.
En el medio Lolli se preguntaba “¿Porqué no me habré quedado en Lanús?” ya que en su función de volante estaba más perdido que Kirchner en la cámara de diputados y el rusito Mociulski lo acompañaba en su desorientación.
En esa transitada franja central, el único que peleaba valientemente en inferioridad numérica era Rutili.
Por su parte el Mágico no podía parar la pelota porque cuando lo hacía, le aparecía un cuerpo colegiado de cerca de cincuenta miembros para marcarlo y robarle impunemente el preciado y escurridizo balón.
Como se sabe Guzmán, necesita de grandes territorios para trasladarse y además es livianito cual pluma al viento, así que sus marcadores se lo comían con dulce de leche y manteca. Y Cubilla era solo entusiasmo (y no mucho).
Entonces no extrañó que cerca de la media hora, tras un error defensivo de Atlanta y un taquito maravilloso de Gastón Rodríguez, el impiadoso Fergonzi ejecutara sin vacilar a Don Rodrigo Llinás y estableciera la primera cifra del cotejo.
Lo que restó de la etapa fue más de los mismo, con la salvedad que los bohemios tuvieron una clarísima al final, pero el Torito Guzmán la quiso colocar y la pelota no dobló.
Para el segundo Alonsito procura revertir la situación y produce dos relevos de golpe. El guaraní Acosta Cabrera y Pinocho Marecos por Lolli y Mociulski y con esto resigna a un volante y agrega un vanguardista.
Pero no había transcurrido mucho cuando en una jugada circense Izquierdoz pifia la pelota con el pie y acierta la cara del rival con la mano y Rapallini que cobra la máxima de las penas y se acabó lo que se daba.
De allí en más Colegiales se floreó con el balón y por momentos fue al ritmo de milonga.
Atlanta fue a por la igualdad con lo que pudo y forzó una cuaterna de tiros libres que sorpresivamente fueron conectados con comodidad por Cherro e Izquierdoz, en las barbas mismas de Granero, con el resultado arriba descrito.
El cambio de Galeano por Segovia no sirvió para nada y todo, hasta el final fue una sinfonía tricolor, que pudo inclusive coronar con un golazo de Plana, cuyo disparo desde lejos se estrelló en el travesaño.
Final de la batalla y aquí no ha pasado nada. Ganó el más mejor y con justicia. Ahora que se venga la Fragata ¡Y traigan al principito!
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