Había que ganar. Eso estaba claro. Había que encontrar la forma de vulnerar a un rival supuestamente accesible. Lo cierto es que, salvo los primeros minutos en que Español sorprendió al Bohemio y lo encontró bastante desconcertado, el conjunto de Alonso supo dominar el juego y mostrarse superior. Situaciones de peligro no le faltaron, y se puede decir que mereció el triunfo. Pero los goles se hacen, y Atlanta no pudo hacer ni uno.
Hay que preguntarse qué está haciendo mal Atlanta, que le cuesta tanto abrir los partidos. Si uno observa que posee la pelota, que llega con peligro, ¿qué falta? Por empezar, el Mágico González no está ni cerca del nivel futbolístico con que jugó en 2009 y con que nos deleitó en el 4-0 frente a Estudiantes. Impreciso y poco práctico en los pases, no logra desequilibrar como solía hacerlo antes. Acosta Cabrera también está lejos de su nivel. Quiroga no consigue terminar bien sus jugadas. La sensación es que falta ajustar algunas tuercas en la maquinaria de juego: el equipo necesita ser más punzante, más peligroso, más contundente.
Contra Español, dada la altura de los defensores centrales visitantes, era evidente que el negocio era jugar por abajo. Sin embargo, Atlanta no supo cómo entrarle al rival, cómo lastimarlo. El tiempo se fue agotando primero lentamente y luego de forma muy rápida, de modo que la paciencia fue desapareciendo y nacieron los nervios y la desesperación. Alonso se la jugó colocando a Guzmán y Daolio por Lolli y Galeano. El equipo tuvo más dinámica por las puntas, pero a la vez descuidó mucho la parte defensiva, dejando muchos huecos atrás. Incluso Español pudo haber aprovechado alguna contra y pudo haberse ido con los tres puntos, más allá de que el punto en realidad haya sido suficiente premio.
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