En estos días de tragedia futbolística, el hincha bohemio duda en una fuerte disyuntiva entre sus partes racional y sentimental que lo componen. Su primera reacción, dominada por un espíritu genuinamente pasional, lo lleva a una profunda tristeza, al desconsuelo, y a la bronca. Los jugadores, el cuerpo técnico, la dirigencia, se transforman en blanco de los ataques, el repudio y puntos de descarga de toda esa bronca contenida. Si bien la reacción se sustenta en la pasión, no les faltan buenas razones a los hinchas para ofuscarse. Más allá de la mala campaña del equipo, lo que rebalsó el vaso fue la patética actuación ante River en la que los jugadores se achicaron y no demostraron si quiera una gota de actitud. El intercambio de camisetas con Cavenaghi y compañía fue una daga en el herido corazón bohemio. Y el ofrecimiento de camisetas a la barrabrava tras el 0-4 ante Instituto pareció una broma o una señal de rendición antes que un gesto de reconciliación. El cuerpo técnico encabezado por Ghiso no se queda atrás: como si el mamarracho de las camisetas no hubiera sido suficiente, el técnico se desentiende de su responsabilidad en estas dos goleadas e insinúa su arrepentimiento por haber venido a dirigir al club que le dio el gran empujón en su carrera como DT. Mientras tanto, la dirigencia, destacada estos años por su coherencia y cohesión, se enreda en una maraña de intrigas internas que ponen en riesgo la estabilidad institucional y financiera que ella misma supo construir con tanto esfuerzo.
Hinchas, jugadores, cuerpo técnico y dirigentes se encuentran entonces dominados por esta contagiosa ola de irracionalidad, un caos emocional que sólo puede llevar al derrumbe deportivo, financiero e institucional. La responsabilidad no es de un sólo sector, es de todos. Los jugadores no tienen que regalar camisetas ni salvar sus propias carreras, sino deberse al club y al equipo: los que no juegan tendrán que apoyar desde afuera, sin importar si provienen de Lanús o llevan varios años en el club. El técnico deberá trabajar para dejar a Atlanta en la B Nacional: aceptó el desafío y se realizó un gran esfuerzo económico por traerlo. Ya no es momento de arrepentimientos sino de demostrar sus pergaminos en la categoría. Ghiso es la cabeza del plantel y no puede realizar declaraciones públicas que no ayudan a superar este momento sino que por el contrario parecen agregar más leña al fuego. De nuevo: la razón antes que el corazón. Lo mismo vale para la dirigencia, que ante todo debe mantener la serenidad mental y la fortaleza anímica para tomar decisiones con claridad y previsión.
Por último, qué nos toca a nosotros, los hinchas. Podríamos preguntarnos qué utilidad tendrá insultar en todo momento a los jugadores, al técnico, a los dirigentes, más allá de las buenas razones que cada uno crea tener. Está claro que Ghiso no puede decir lo que dijo, pero ¿servirá de algo acosarlo hasta obligarlo a renunciar? ¿Qué futuro tendría el equipo después de ello? ¿Milán va a jugar mejor cuanto más lo insulten? Está claro que este clima de rechazo sólo genera nervios, desesperación y un círculo vicioso de malos resultados. El hincha debe apoyar, confiar en un plantel que está destruido anímicamente y que sin duda está para pelear la permanencia siempre y cuando recupere la confianza y la tranquilidad. El hincha, por una vez en la vida, deberá tragarse las ganas de expresar su bronca, absorber los golpes, y hacer lo más conveniente para el club. Atlanta, para quedarse, necesita del apoyo del público. Los jugadores no pueden sentirse como si fueran genocidas en territorio enemigo. La Razón deberá ganarle la batalla al Corazón en el corto plazo para que las satisfacciones lleguen al Corazón en el largo plazo.
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