En pocos partidos jugados, el nuevo Atlanta de Francisco Berscé trocó la desconfianza en ilusión. El panorama no parecía alentador. Se había desarmado completamente un plantel rico, con jugadores de jerarquía especialmente en ofensiva, y para esta temporada había que arrancar de cero, con un presupuesto menor, muchos jugadores jóvenes y un técnico con poco nombre y escasos antecedentes. Sin embargo, el Bohemio fue creciendo, de menor a mayor, y a fuerza de buen juego y buenos resultados en el torneo y la Copa Argentina ya se ganó el corazón de los hinchas. Berscé logró algo que hacía mucho que no ocurría en Atlanta: plasmar en la cancha una idea de juego, una identidad. Presión alta, intensidad física, circulación de pelota, juego por las bandas con extremos y laterales que pasan al ataque, mediocampo con volantes de buen pie y asociados a la creación. Un equipo conectado y enchufado en función de una idea colectiva, con algunos altos rendimientos individuales. Bianchi Arce es el líder del espíritu y de la defensa. Miranda aporta el desequilibrio de mitad de cancha para adelante. Martínez empezó a convertir goles para intentar despejar la mayor duda que mostraba el equipo: la falta de definición.
Se jugó muy poco y falta muchísimo. Las revoluciones pueden ser exitosas y duraderas, o breves y frustradas. El equipo entusiasma al hincha y eso es importante para que haya apoyo del público. Habrá que seguir creyendo en lo que puede dar este grupo de jugadores.
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