SIN DESPEINARSE
Hemos recobrado, mi fiel escudero, el dulce sabor de la victoria tras un prolongado lapso donde los Estudiosos y Defensores tomaron excesiva distancia, hasta casi verlos perderse tras el horizonte. Pero los tres puntitos sumados en las deshoras de la tarde de este miércoles, nos ha permitido recobrar las esperanzas de darle caza y además quedamos encabezando el lote de sus inmediatos perseguidores.
Mucho sol y menos fútbol fue lo recibido en el glorioso estadio León Kolbowski en esta siesta anticipatorio de la primavera, cuando el club de nuestros amores cobijó a los sorpresivos Sussodichos, que por esos misterios insondables de esta vida, se hallaba en posiciones vanguardista, inclusive por arriba del centenario e histórico Atlanta.
Así que el entrevero tenía su importancia y, aunque el recorrido recién comienza a desandarse, una derrota nos hubiese dejado desahuciado, como Macri en los tribunales.
El coach villacrespense, estaba conforme por demás con el rendimiento de los suyos ante le Dragón cuatro días atrás, y por eso no quería efectuar modificaciones radicales en la alineación de la escuadra bohemia, pero a Ferragut se le fatigaron los músculos y Segovia lo maltrataron en un entrenamiento y por eso debió apelar algunos cambios obligados.
Entonces los once ágiles de azul y amarillo que saltaron al terreno de juego fueron: Don Rodrigo Llinás en la portería; Lucas Mancinelli, Nico Cherro, Roly Arancibia y Matías Valdés; el chaqueño Guzmán, “Hacha” Pogonza y Galeano; Carou y Andrés y Abel Soriano.
De entrada los bohemios se quisieron llevar por delante a sus agrandados visitantes y monopolizaron el balón, aunque sin la precisión con que los suizos fabrican sus relojes.
Como ya se ha hecho costumbre, Atlanta apuesta la mayoría de sus fichas a lo que hacen por la derecha el marcador (en este caso Mancinelli) y los rushes de Guzmán.
Pero el wing derecho es hábil y veloz, pero livianito como pluma de faisán y sus custodios suelen devorárselo con facilidad mediante un cuerpazo o una murra bien servida.
En el medio Pogonza se exhibe como un fenómeno inexplicable: por momentos aparece como inexpugnable, pero es más posible que Obama se vuelva blanco, a que le de un pase a un compañero.
Carou trataba de manejar los hilos, pero sólo lo consigue en cómodas cuota y Galeano alternaba buenas y malas. En una macanón que se mandó por salir jugando, casi nos vacuna el quemero De Porras, pero el animalito de Dios la tiró afuera cuando estaba solito y solo ante el desesperado Llinás.
Menos mal que la defensa da suficientes garantía como para sacar un crédito hipotecario, y sigue siendo el principal reaseguro del futuro de la institución de la ribera norte del Maldonado.
Los norteños, como cada vez que cruzan la Gral. Paz, vinieron a abroquelarse sobre su área y ver si de carambola les sale algún contraataque exitoso.
El partido era un verdadero bodrio y Atlanta era un poco más, pero sin llevar demasiado peligro a los arrabales de Ruhl. En eso vino un córner y Abel le pegó con el muslo o la rodilla y entró despacito en el rincón de las arañas.
El Bohemio pasó a ganar y las acciones se convirtieron en una madeja de piernas y pases mal dados, a la que puso fin el pitazo del árbitro invitando a los jugadores a un inmerecido descanso.
Para el segundo tiempo, los sussodichos salieron a por el empate con la misma convicción de un ateo en El Vaticano y Atlanta, como cada vez que le toca atacar para el lado de la calle Muñecas, se retrasó para agazaparse y salir de contra.
Con esa postura, los auriazules siguieron siendo mejores, y mientras Llinás descansaba bajo el sol vespertino, todo indicaba que el segundo tanto estaba al caer.
Y cayó nomás, cuando Carou se disfrazó de D’Alesandro, Ferreiro de Heinze y Guzmán del Kun Agüero para el segundo halago de los de Xabi Alonso.
De ahí en más todo fue maniobrar y dejar que llegue la noche.
Tuvo Atlanta uno más pero Guzmán le dio un pase al pollo Soriano que entraba solo por el medio, que si estábamos cero a cero, era para condenarlo a trabajos forzados a Siberia.
Sin mucho más, y sin pasar ningún tipo de angustias, llegó el final y la alegría volvió a Hulmboldt al 400.
No es para descorchar champán, ni para tirar papel picado, pero de a poco se va mejorando y todavía queda mucho que conversar.
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