miércoles, 31 de marzo de 2010

The Real Comment: Saint Charles 1 - Atlanta 0

PERDIDOS EN EL BOSQUE

¡Que travesía, mi fiel escudero, cruzando pampas y arroyos, entre la oscuridad de la noche cerrada para llegarnos hasta el estadio tripero, escondido en medio de un bosque de añosos tilos, y en esta ciudad más apropiada para los movimientos oblicuos del alfil, que para los rectilíneos de las torres!
Y todo para emprender la retirada, dos horas después, con la cabeza gacha y una nueva derrota en las faltriqueras, mientras observamos como se nos esfuman las posibilidades de acercarnos al lote que accederá a batallas decisivas, allá cuado el otoño comience a desfallecer.
Teníamos conciencia que nuestro equipo llegaba con más bajas, que las tropas napoleónicas a Austerlitz, pero una leve esperanza nos acompaña mientras caminábamos entre las sombras de centenarios árboles, y que se alimentaba en el sueño de que tal vez tantas ausencias podían ser bien disimuladas por extraordinarios desempeños de los bisoños jugadores de nuestra cantera.
Pero nada de eso ocurrió, y la falta de Miguel González al timón y del huevo Quiroga como contramaestre, terminó siendo un vacío imposible de llenar.
El técnico del equipo porteño ideó para esta batalla nocturna, un esquema de cuatro defensores ( Cherro, Aranciabia, Izquierdoz y Segovia) para cuidarle la cueva a Don Rodrigo Llinás. Delante de esta línea y para la contención la dupla de centrojases conformada por Palisi y Rutili. El petizo Lolli recorrería la franja derecha y Juan Galeano la contraria y, por momentos se desprendería como enganche. Adelante, como punta de lanza, la dupla Soriano y el guaraní Acosta Cabrera.
La primera parte de la misión fue cumplimentada satisfactoriamente, dado que los zagueros atlantes resistieron a pie firme las escasas y escuálidas embestidas de los villanos. Cherro con agallas y Segovia con sapiencia clausuraron sus respectivos laterales, en tanto el salteño Arancibia y el Cali Izquierdoz repelían, sin hesitar, los ataquecitos de los de Berisso.
Pero el nudo gordiano de la lid se desarrollaba en el circo central, donde la figura de Rutili, se hizo rutilante y ganando en esa región, y entonces Atlanta pasó a comandar el dominio del balón.
Pero es allí es donde empiezan los problemas metafísicos y las dudas existenciales, por qué a Galeano (y después Alderete) le faltan muchas horas de vuelo para hacerse cargo de la organización del equipo.
Y por esa causa comienzan a padecerse los problemas de desabastecimiento. La tenacidad de Soriano peleando solo contra toda la defensa enemiga queda huérfana de pelota y acaba diluyéndose en arrestos individuales, ya que nunca recibe el útil de cara al arco, como deben hacerlos los artilleros de ley.
Mientras tanto, Acosta Cabrera juega a los autitos chocadores con cuanto adversario se le cruce. Y tampoco sirven las escaladas de Lolli, que cuando logra superar a su marcador, tira unos centros verdaderamente espantosos.
Después de un primer tiempo más aburrido que la interpelación a Boudu, el segundo mostró a un Atlanta mejor plantado, aunque con las mentadas deficiencias.
En eso veinte minutos, parecía que el team bohemia se llevaba la victoria, apretando a la defensa carlista que no daba ninguna garantía y, además, tiene un arquero con mano de jabón.
Pero, promediando la etapa y sin haber hecho un catzo para merecerlo, el ingresado Sarati se la puso de chanfle al palo izquierdo del inerme Don Rodrigo y resolvió la porfía.
De allí en más Atlanta fue una sumatoria de voluntad, impotencia, inexactitudes, ímpetu, confusión, desesperación, torpezas y una enrome cantidad de calificativos, pero ninguno capaz de torcer el irremediable camino que conducía a la derrota.
Quemó las naves, Alonso a la media hora haciendo entrar a dos casi debutantes, Ávarez y Castrito, pero ya a estas alturas, Rutili podía seguir combatiendo heroicamente en el medio, Cherro dejando la vida en el fondo y Soriano picando y picando, que la suerte ya estaba echada.
Un nuevo traspiés – inmerecido por cierto-, nuevos soldados caídos y un panorama, que hace que empecemos a imaginar que la vida se va a reiniciar más allá del solsticio de invierno, porque esta mitad de año parece irremediablemente perdida.
Estas tristes cavilaciones, fueron casi mi única compañía mientras desandaba taciturno a lomo de mi parejero las trece leguas que separan el nefasto bosque platense, de las perdidas riberas del Maldonado.

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